Categoria: Ensayos e intervenciones

Sobre Giacomo Leopardi

Sobre Giacomo Leopardi

“No te veo más…”Fue esta, según el amigo biógrafo Ranieri, la última frase del poeta de Recanati que moría delante de él en Nápoles. Una frase terrible, llena de atónito dolor. De extravío.Cómo indicar que ni siquiera la muerte es una experiencia que se cumple estando solos, sino deseando ver aún el rostro amado.Frente a un “tú”, dominante, y que se ausenta. Como ha sido siempre en la vida dura y en su poesía violentemente hermosa.Cuántas de sus poesías empezando con “ver”, se fundan en “mirar”. La mirada es el umbral en que el “yo” y el “otro” se encuentran.Y no se tocan.Desde que había oído de jovencito el “imperio de la belleza”, Leopardi comprendió que su vida habría sido dominada por aquella atracción. Y por la posibilidad o menos que el otro-bello, el otro-por mí-defectuoso, pudiese quedar en su mirada.No te veo más… Es un gesto de amor grandioso e imposible también la última frase.Es el derretimiento de un fin que deja la huella de cada inicio posible.De hecho, ¿qué es la vida si no verte, amor mío?No hay que caer en el biografismo con Leopardi. Él mismo se preocupaba de que su filosofía y su poesía no fueran leídas basándose en su biografía. (carta a De Simmel)En tres pasaportes suyos cada vez se hace una descripción diferente del propietario.“De pequeña estatura y pelo negro”; “de estatura justa”; “de estatura justa y pelo castaño”. Los aduaneros guardianes de los confines, así como los aduaneros de la literatura, queriendo decir quiénes somos, a menudo terminan teniendo los ojos encandilados. A pesar de la mole sofocante de estudios y análisis de su vida, de sus familiares y amantes y conocidos, su poesía continúa iluminando nuestra biografía más que la suya.La poesía, de hecho, inquieta la vida de quien la lee, no explica ni tampoco ilustra la de quien la ha escrito. Mientras Ricardo Dusi en el año 38’ tentaba reunir un elenco de las mujeres amadas por Leopardi, llegando a contar 17, muy diferentes entre sí, casi como una especie de equipo de fútbol muy divertido,De Benedetti avisaba años más tarde, a propósito de la mujer amada: “Quién sea, busca, pero no la encontrarás”. No solamente las denominaciones de origen literario (Nerina, Aspasia) provenientes de los antiguos o del Tasso, son signos de una generalización que supera cada límite biográfico, sino como ha demostrado últimamente Savoca, la misma poesía dedicada a una de las figuras femeninas imperecedera, a Silvia, en realidad cela  el enfoque del problema poético, particularmente importante en los años 28’-30’.Leopardi sale del reino del principio de no contradicción.Su pensamiento y su poesía difieren continuamente de las posibilidades fijadas por el canon aristotélico y por la filosofía mecanicista. No confían en el mecanismo progresivo.No se debate entre ser y no ser. Pero vive en el ser y en el no ser. Queda en la contradicción que motiva la “doble mirada” propia de la poesía, que agita el inevitable movimiento hacia la búsqueda de la felicidad imposible.Es el movimiento contradictorio que connota la misma concepción del hombre y de su conquista conocible de la vida.Leopardi es el hombre del casi nada.Pero ¿qué es “casi nada”? El hombre en la cumbre de su proceso conocible se “confunde casi con la nada”. Un problema epistemológico enlazado con un problema ontológico. Además “confundirse” es el verbo que indica una acción (como el naufragar) en que conocimiento y ontología se unen.En una frase del Zibaldone del año 23’, Leopardi nota una frase sobre el sentido de pérdida que el hombre advierte frente a la multitud de mundos estrellados cuando le aparecen de noche, en el universo. “Niuna cosa maggiormente dimostra la grandezza e potenza dell’umano intelletto, né l’altezza e nobiltà dell’uomo che il poter l’uomo conoscere e interamente comprendere e fortemente sentire la sua piccolezza.Cuando él, considerando la pluralidad de los mundos, siente que es la infinitésima parte de un globo, que es la mínima parte de uno de los infinitos sistemas que componen el mundo, y en esta consideración asombra por su pequeñez, y sintiéndola profundamente, y volviéndola a mirar de mucho propósito, se confunde casi con la nada, y casi se pierde en el pensamiento de la inmensidad de las cosas, y se siente tan perdido en la inmensidad incomprensible de la existencia, por lo tanto con este acto y con este pensamiento él da la mejor prueba de su nobleza, de la fuerza y de la inmensa capacidad de su mente, que está encerrada en tan pequeño y diminuto ser, puede llegar a conocer y a comprender cosas mucho más superiores de su natura, y puede abarcar y contener con el pensamiento esta misma inmensidad de la existencia y de las cosas.”Esta es una consideración muy aguda, “el hombre llega a confundirse casi con la nada.” En este sentimiento de ser casi nada, el hombre se pierde y al mismo tiempo sabe que es el único punto en el universo que tiene conocimiento de todo lo que existe. 


El hombre de Leopardi no sólo sabe, sino que para convencerse de lo que capta con la mente también debe observarlo con mucho propósito y sentirlo intensamente. La verdad no consiste en poner de manifiesto algún teorema. No es descubrir una idea, sino ser persuadidos también  por un sentido de la verdad. Lo deja claro en una de sus meditaciones zibaldonescas. Esto implica que, incluso sin el sentido de la verdad-que puede ser ineducado como el sentido de la belleza- una capacidad natural del hombre se aridece y pierde impacto en la vida.La fuente de todo “sentido”, de cualquier accesorio oído hablar, de cualquier movimiento del ser humano, Leopardi la advierte en el amor hacia sí mismo, que es el amor suyo, es decir, el amor y la tolerancia del propio yo existente, no el amor propio de los vanagloriosos.Hace unos años junto con mi amigo poeta Valentino Fossati recopilé una curiosa y tal vez no del todo olvidable antología de escritos de amor de Leopardi. (Leopardi, el amor, Garzanti)El centro del …

Agustín y el riesgo de la belleza

Agustín y el riesgo de la belleza

El primer recuerdo de Agustín no sé por qué lo relaciono con la cama de mi madre. 
Tal vez porque tumbado allí leí unas pocas páginas por primera vez. Fue en aquella cama de mis padres en la que escribí mis primeros versos a los 8 años. Y luego, no sé por qué, también veo a Agustín relacionado con aquella cama de mis “progenitores”.
 Por supuesto, lo volví a encontrar no solo por motivos de estudio – en la universidad, la maravillosa, muy divertida y sabia profesora Manferdini que llegaba a clase con las bolsas de las compras y siempre con nuevas emociones leyendo a su filósofo y amante – pero sobre todo lo que he visto brillar y murmurar detrás de las páginas de algunos poetas maestros y amigos míos. La primera colección de Luzi, por ejemplo, se titula “El barco” y aquella visión estupefacta y dolorida del joven poeta que lucha con el tiempo y el misterio del viviente era tejida completamente por un diálogo no solo metafórico con el Inquieto de Hipona. Aquel  diálogo ha continuado durante mucho tiempo en la persona de Luzi, y de alguna manera también me incluía a mí, que he caminado detrás del apacible raptor florentino. Además de su presencia en las lecciones brasileñas y en las páginas extraídas, nerviosas y ardidas de  Ungaretti. 
El amor hacia Petrarca, inconmensurable y vertical, hacia un Petrarca “duro”, tan fuerte en Ungaretti, ¿acaso no vibra de aquel encanto que el alma llena de nostalgia de Agustín ejerce sobre el poeta que dijo ser hombre de penas y nómada? La vida es nostalgia, cantaba con las palabras talladas en el abismo el poeta de “Los ríos”. 
Y T. S. Eliot, en su conmovedor y muy preciso conocimiento y poetización en los Cuatro Cuartetos y antes, incluso antes de La tierra baldía, en aquella investigación sobre el misterio del tiempo, febril y leve, remonta hasta invocar “que el fuego y la rosa sean una sola cosa”, tal vez le está gritando algo a Agustín, desde las primeras terribles y animadas décadas del novecientos. 
Cada poeta que ha entrado en el misterio del verso y de la sintuosa y oscura relación con el tiempo, ha encontrado la luminosa sombra de Agustín con la que hablar. Montale y Leopardi. O tal vez al contrario, con un juego de azar no tan arriesgado, dado el tema, la poesía, que analizamos, se puede decir que él, Agustín, se ha colocado en una intersección, por donde inevitablemente pasan los poetas. 
Él ha intentado aquel diálogo. Y lo ha intentado, hay que decirlo, porque los temas que lo han ocupado concernían nada menos que la salud de su alma como hombre y cristiano. No podía evitar de hallar el problema de la poesía. El pie, el paso, el verso del poema es siempre interesante para aquellos que buscan el camino de la vida. 
De la reflexión de Agustín, un elemento que inmediatamente me ha llamado la atención es que esta irradia sin nunca perder calor de aquel sol primario del punto dramático de su investigación y de su asunto personal. La experiencia estética y su comprensión no solo eran ejercicios de un buen orador como lo era él. Sino que la forma con la que entender aquel “carme universalis”, que es la sola armonía digna del corazón humano, de sus profundidades abismales, y de sus espasmos. Al igual que muchos grandes autores, Agustín se destaca inmensamente, es casi terrible en su vasto y áspero pensamiento y en cierto sentido, al mismo tiempo, es familiar y cercano. 
De un amigo poeta francés, Jean Pierre Lemaire, me encantan un par de versos que se refieren a la tensión de Agustín: “Hay una música en el mundo / pero si no cantas no la puedes oír.” Aquel canto, por lo tanto, ¿nos permite la escucha? 

Para Agustín, la facultad de percibir el “carme universalis” estaba vinculada a la necesidad de no estar atado a un placer inferior. Como alguien que se conforma. Y Agustín no era el tipo. Sin tener en cuenta esta búsqueda de satisfacción cada vez más lejana, la obstinada reflexión sobre el ritmo, sobre el arte compositiva y, en general, la reflexión que hoy en día llamamos la estética de Agustín, no se entiende. 
Las así llamadas artes liberales son los “escalones seguros” como dice en las Retractationes, para llegar a las realidades incorporales a partir de las cosas corporales. El arte es una “scientia” para reunirse con lo Único. Por lo tanto, un asunto demasiado importante. Pararse en la “necesidad” de las artes liberales es un signo de debilidad. Es una profecía, por así decirlo, de la situación en la que vivimos: necesitamos las artes liberales, pero alejadas de su tarea de introducir una “scientia” de lo invisibile (la que buscaban Rafael y Leonardo, Miguel Ángel o Lorenzo Lotto, o los pintores de  iconos), las artes se convierten en entretenimiento para gente culta, en ironía de sí mismas, obligadas a una provocación continua, dedicada a incitar la conciencia social o a producir “ludus” en las zonas ricas del planeta. 
El “numerus” en el De Musica, al que Agustín dedica páginas extensa y eruditas, es un término que se traduce con: ritmo, número, música. La sensación que nos ofrece el sonido es el comienzo de un viaje. Un amanecer del pensamiento, habría dicho María Zambrano, lectora atenta de Agustín y de su confesión como género literario. Y Von Balthasar lee la belleza de los “estilos laicales” de Dante a Péguy, atento a sorprender la constante referencia, – no solo como contacto sino también como superación – en las grandes obras de Dante Alighieri a Péguy. 
La belleza, para Agustín, es siempre una experiencia sensible. El opuesto del orden es la nada. El mal es como un particular feo en una obra. También depende del hecho de que nosotros vemos la vida como un mosaico desde una distancia demasiado cercana, se nos escapa la visión de conjunto. Que solo Dios puede ver, y …